Costa faro de San Emeterio |
Costa, al oeste del faro |
Rasa |
Humilladero |
Monasterio de Tina |
Monasterio de Tina |
La semana
que hoy termina tuvo nevadas en la costa tal como anunció el pronóstico
meteorológico. Empezó a nevar el martes, tuvo la máxima intensidad el
miércoles y remitió el jueves. El sábado nos encontramos con un día espléndido
pero con nieve blanda hasta cotas muy bajas y en pleno deshielo.
Así las
cosas repetimos viaje a la costa.
Desde Bustio, último pueblo de Asturias en la margen izquierda del
Cares-Deva antes de entregarse al mar. Enfrente veíamos Pimiango. Y buscando un
acceso desde aquí dimos con el pequeño muelle pesquero. Allí estaban
algunos pescadores -y un mirón que sujetaba un pastor alemán, embridado,
de pelo
largo- reparando aparejos de pesca. Gran parte del humedal de la
desembocadura está desecado con zanjas de drenaje y apilaron la tierra que salió formando como una caldera que recuerda los “porreos” de la ría
de Villaviciosa. La vegetación de estos prados ha de vivir con agua bastante
salada, es halófita.
Retrocedimos
en el coche por una carreterita interior hasta Colombres, y de ahí
al cruce con Pimiango. La carretera es bastante estrecha. Una vez en el
pueblo, lo cruzamos y pasamos hasta más allá del núcleo, llegamos frente a
una casa solitaria, buscando situarnos en la perpendicular por encima del
monasterio (en el mapa aparece un cuadradito rojo y el topónimo Tina).
Allí había una señora que nos indicó cómo bajar hasta el monasterio.
Por el camino que sale casi recto
hacia el N, el de la izquierda, caeríamos sobre el
monasterio. Con el fin de alargar un poco el paseo vamos por el que
sale hacia el E. Atraviesa los prados y termina en uno de ellos.
Desde aquí la vista es verdaderamente magnífica: los Picos de Europa,
rutilantes, en la última línea del horizonte sobre las camperas y aldeas;
por el E la costa cántabra; y al O El Sueve; al pie, la estrecha franja costera
calcárea que soporta un hermoso bosque de encinas y madroños.
También
hay algún acebuche. Seguimos
hasta el monte, vemos una pista que tira al O y la seguimos.
Parece que
se abrió para sacar la madera cuando se taló el monte y ahora, abandonada,
crecen en ella algunos eucaliptos. Cuando se acaba se ve, unos 20 ó 30 m
más abajo, otra. Cruzamos entre restos de la tala. Al final hay
una pequeña turbera (seguramente que en verano la vegetación es mucho más
alta y resultaría muy incómodo). La seguimos siempre procurando acercarnos
al monasterio, y llegamos a otra pista que parece estar activa.
A la
entrada de ésta hay a la izquierda el tronco seco, medio calcinado, de lo que fue
un gran castaño. La imagen no deja de ser llamativa porque está rodeado de
eucaliptos. En este cruce, aunque sabemos que el monasterio queda a la
izquierda, seguimos por la derecha a ver si llegamos a la desembocadura del
Cares-Deva.
El entorno próximo es un monocultivo y no merece
más comentario. Llegados al final topamos con una vereda que seguramente
sale al puerto de Bustio, pero parece demasiado estrecha y renunciamos. Probablemente no habría problema y se podría hacer un
circuito, pero será conveniente cerciorarse en el pueblo. Damos vuelta y
seguimos otro camino que sale por la derecha hasta situarse justo en la desembocadura del río. Aquí nos sentamos para la contemplación. El mar recibe al
Cares con indiferencia, en nada se nota el aporte continuo de agua dulce. Una
barca “pesca” ocle y algunas aves bucean en busca de comida. Algún
pescado acaba ahora su vida en el planeta. Disfrutamos de la marina.
Regresamos
por la misma pista. Ahora veremos el monasterio de Tina.
Encontramos una construcción que tiene al lado un par de naranjos, pero se
trata de una casa abandonada. Más adelante vemos un muro que nos hace
pensar en la antigua cerca, pero tampoco es. Entramos a buscarlo en todos los
ramales que salen por la derecha pero no damos con él. En uno de ellos
topamos con un enorme agujero que comunica con el mar y hasta se ve el
agua. Todo el camino discurre en la zona de contacto entre la caliza
y el mar,
donde conviven encinas con madroños, y los terrenos cuarcíticos que forman
la sierra de Pimiango. A veces casi da la sensación de caminar por debajo
del nivel del mar y que éste está separado y contenido por el enorme
murallón que se levanta a la derecha. Así seguimos y en uno de estos
desvíos
damos con una campera -se trata de una pequeña cubeta que tiene un
sumidero en el borde N por el que desagua al mar- de la que sale hacia el E un
camino.
¡Por fin! Se trata del monasterio de Santa María de Tina, de la orden del Císter, que ya aparece citado en el 932. Totalmente en ruinas, ofrece un aspecto deplorable. A duras penas se reconocen los ábsides de la cabecera y quedan algunos arcos, esqueléticos, que parecen de románico tardío. A la entrada se
¡Por fin! Se trata del monasterio de Santa María de Tina, de la orden del Císter, que ya aparece citado en el 932. Totalmente en ruinas, ofrece un aspecto deplorable. A duras penas se reconocen los ábsides de la cabecera y quedan algunos arcos, esqueléticos, que parecen de románico tardío. A la entrada se
reconoce
un horno y la tapa de un sarcófago; dentro tienen montones de piedras,
un ara con el relicario mil veces profanado, y el resto del sarcófago.
Emprendemos el regreso muy contentos de haberlo hallado y por el
itinerario más corto. El camino sale hacia el O y enseguida se llega al
enorme corte que da la riega de El Piélago. El camino carretero se
encaja en la senda que, tras varias vueltas y revueltas llega al pequeño, pero ruidoso, curso de agua. El contorno del tajo está poblado por enormes encinas torcidas y postradas que, enderezándose al final, dan un aire un poco fantasmagórico al lugar. Y por la cabecera cae una cascada de varios metros de altura. Se trata de un rincón hermoso. La bajada hasta el arroyo es bastante pendiente -aunque corta- y la subida por la otra cara casi simétrica. Llegamos a una ancha pista que lleva a la ermita de San Emeterio y a un bar, pequeño, limpio y muy acogedor, pero que sólo está abierto en verano. De aquí parte el camino que tras pocos centenares de metros llega a la cueva de El Pindal. Frente al bar hay un puesto de chucherías y algunos productos de artesanía. Al pasar nos ladran sus perros. Seguimos la carretera y tras un par de km llegamos al llano donde encontramos un mirador de hormigón que ofrece una panorámica completa de El Sueve, los Picos de Europa y la costa de este sector.
encaja en la senda que, tras varias vueltas y revueltas llega al pequeño, pero ruidoso, curso de agua. El contorno del tajo está poblado por enormes encinas torcidas y postradas que, enderezándose al final, dan un aire un poco fantasmagórico al lugar. Y por la cabecera cae una cascada de varios metros de altura. Se trata de un rincón hermoso. La bajada hasta el arroyo es bastante pendiente -aunque corta- y la subida por la otra cara casi simétrica. Llegamos a una ancha pista que lleva a la ermita de San Emeterio y a un bar, pequeño, limpio y muy acogedor, pero que sólo está abierto en verano. De aquí parte el camino que tras pocos centenares de metros llega a la cueva de El Pindal. Frente al bar hay un puesto de chucherías y algunos productos de artesanía. Al pasar nos ladran sus perros. Seguimos la carretera y tras un par de km llegamos al llano donde encontramos un mirador de hormigón que ofrece una panorámica completa de El Sueve, los Picos de Europa y la costa de este sector.
Vamos
hacia el coche por un camino ancho, y embarrado, que pasa entre
algunas cuadras y termina en grandes camperas que atravesamos en línea
recta. Tras cruzar una ciénaga, algunas sebes y saltar hilos de pastores eléctricos,
llegamos a nuestro querido coche. Nos cambiamos y vamos a Pimiango
buscando
bar. No lo encontramos al paso por lo que seguimos hacia Colombres.
Al salir
vemos la estatua de d. Emilio Villegas y Bueno, y también el palacio
de El Pedroso. Camino de Colombres, desde la carretera, se ve la sierra de
Pimiango como una estructura casi plana con el pueblo colocado en el
borde S. Estas sierras están cubiertas por un manto de turba cuyo espesor puede
llegar a un m. Las riegas que drenan sus laderas someten a las vertientes
a una ablación continua pero lenta porque es escaso el caudal de agua
disponible. Estos materiales se acumulan al final de las riegas, sobre la
caliza,
sin poder ser evacuados completamente. Los vimos perfectamente en la riega
de El Piélago. Colombres está en un sinclinal formado por materiales secundarios
y terciarios.
El
conjunto urbano es de lujo. Edificios de gran calidad y muy bien conservados.
Destacan el Ayuntamiento, la
plaza y, sobre todos, la Quinta Guadalupe.