San Emeterio-Pimiango. Cuevas del Pindal

Costa faro de San Emeterio

Costa, al oeste del faro



Rasa



Humilladero



Monasterio de Tina
Monasterio de Tina

 





24 de febrero de 1996
La semana que hoy termina tuvo nevadas en la costa tal como anunció el pronóstico meteorológico. Empezó a nevar el martes, tuvo la máxima intensidad el miércoles y remitió el jueves. El sábado nos encontramos con un día espléndido pero con nieve blanda hasta cotas muy bajas y en pleno deshielo.
Así las cosas repetimos viaje a la costa.
Desde Bustio, último pueblo de Asturias en la margen izquierda del Cares-Deva antes de entregarse al mar. Enfrente veíamos Pimiango. Y buscando un acceso desde aquí dimos con el pequeño muelle pesquero. Allí estaban algunos pescadores -y un mirón que sujetaba un pastor alemán, embridado,
de pelo largo- reparando aparejos de pesca. Gran parte del humedal de la desembocadura está desecado con zanjas de drenaje y apilaron la tierra que salió formando como una caldera que recuerda los “porreos” de la ría de Villaviciosa. La vegetación de estos prados ha de vivir con agua bastante salada, es halófita.
Retrocedimos en el coche por una carreterita interior hasta Colombres, y de ahí al cruce con Pimiango. La carretera es bastante estrecha. Una vez en el pueblo, lo cruzamos y pasamos hasta más allá del núcleo, llegamos frente a una casa solitaria, buscando situarnos en la perpendicular por encima del monasterio (en el mapa aparece un cuadradito rojo y el topónimo Tina). Allí había una señora que nos indicó cómo bajar hasta el monasterio.
Por el camino que sale casi recto hacia el N, el de la izquierda, caeríamos sobre el monasterio. Con el fin de alargar un poco el paseo vamos por el que sale hacia el E. Atraviesa los prados y termina en uno de ellos. 
Desde aquí la vista es verdaderamente magnífica: los Picos de Europa, rutilantes, en la última línea del horizonte sobre las camperas y aldeas; por el E la costa cántabra; y al O El Sueve; al pie, la estrecha franja costera calcárea que soporta un hermoso bosque de encinas y madroños.
También hay algún acebuche. Seguimos hasta el monte, vemos una pista que tira al O y la seguimos.
Parece que se abrió para sacar la madera cuando se taló el monte y ahora, abandonada, crecen en ella algunos eucaliptos. Cuando se acaba se ve, unos 20 ó 30 m más abajo, otra. Cruzamos entre restos de la tala. Al final hay una pequeña turbera (seguramente que en verano la vegetación es mucho más alta y resultaría muy incómodo). La seguimos siempre procurando acercarnos al monasterio, y llegamos a otra pista que parece estar activa.
A la entrada de ésta hay a la izquierda el tronco seco, medio calcinado, de lo que fue un gran castaño. La imagen no deja de ser llamativa porque está rodeado de eucaliptos. En este cruce, aunque sabemos que el monasterio queda a la izquierda, seguimos por la derecha a ver si llegamos a la desembocadura del Cares-Deva.
El entorno próximo es un monocultivo y no merece más comentario. Llegados al final topamos con una vereda que seguramente sale al puerto de Bustio, pero parece demasiado estrecha y renunciamos. Probablemente no habría problema y se podría hacer un circuito, pero será conveniente cerciorarse en el pueblo. Damos vuelta y seguimos otro camino que sale por la derecha hasta situarse justo en la desembocadura del río. Aquí nos sentamos para la contemplación. El mar recibe al Cares con indiferencia, en nada se nota el aporte continuo de agua dulce. Una barca “pesca” ocle y algunas aves bucean en busca de comida. Algún pescado acaba ahora su vida en el planeta. Disfrutamos de la marina. 
Regresamos por la misma pista. Ahora veremos el monasterio de Tina. Encontramos una construcción que tiene al lado un par de naranjos, pero se trata de una casa abandonada. Más adelante vemos un muro que nos hace pensar en la antigua cerca, pero tampoco es. Entramos a buscarlo en todos los ramales que salen por la derecha pero no damos con él. En uno de ellos topamos con un enorme agujero que comunica con el mar y hasta se ve el agua. Todo el camino discurre en la zona de contacto entre la caliza
y el mar, donde conviven encinas con madroños, y los terrenos cuarcíticos que forman la sierra de Pimiango. A veces casi da la sensación de caminar por debajo del nivel del mar y que éste está separado y contenido por el enorme murallón que se levanta a la derecha. Así seguimos y en uno de estos
desvíos damos con una campera -se trata de una pequeña cubeta que tiene un sumidero en el borde N por el que desagua al mar- de la que sale hacia el E un camino. 
¡Por fin! Se trata del monasterio de Santa María de Tina, de la orden del Císter, que ya aparece citado en el 932. Totalmente en ruinas, ofrece un aspecto deplorable. A duras penas se reconocen los ábsides de la cabecera y quedan algunos arcos, esqueléticos, que parecen de románico tardío. A la entrada se
reconoce un horno y la tapa de un sarcófago; dentro tienen montones de piedras, un ara con el relicario mil veces profanado, y el resto del sarcófago.
Emprendemos el regreso muy contentos de haberlo hallado y por el itinerario más corto. El camino sale hacia el O y enseguida se llega al enorme corte que da la riega de El Piélago. El camino carretero se 
encaja en la senda que, tras varias vueltas y revueltas llega al pequeño, pero ruidoso, curso de agua. El contorno del tajo está poblado por enormes encinas torcidas y postradas que, enderezándose al final, dan un aire un poco fantasmagórico al lugar. Y por la cabecera cae una cascada de varios metros de altura. Se trata de un rincón hermoso. La bajada hasta el arroyo es bastante pendiente -aunque corta- y la subida por la otra cara casi simétrica. Llegamos a una ancha pista que lleva a la ermita de San Emeterio y a un bar, pequeño, limpio y muy acogedor, pero que sólo está abierto en verano. De aquí parte el camino que tras pocos centenares de metros llega a la cueva de El Pindal. Frente al bar hay un puesto de chucherías y algunos productos de artesanía. Al pasar nos ladran sus perros. Seguimos la carretera y tras un par de km llegamos al llano donde encontramos un mirador de hormigón que ofrece una panorámica completa de El Sueve, los Picos de Europa y la costa de este sector.
Vamos hacia el coche por un camino ancho, y embarrado, que pasa entre algunas cuadras y termina en grandes camperas que atravesamos en línea recta. Tras cruzar una ciénaga, algunas sebes y saltar hilos de pastores eléctricos, llegamos a nuestro querido coche. Nos cambiamos y vamos a Pimiango
buscando bar. No lo encontramos al paso por lo que seguimos hacia Colombres.
Al salir vemos la estatua de d. Emilio Villegas y Bueno, y también el palacio de El Pedroso. Camino de Colombres, desde la carretera, se ve la sierra de Pimiango como una estructura casi plana con el pueblo colocado en el borde S. Estas sierras están cubiertas por un manto de turba cuyo espesor puede llegar a un m. Las riegas que drenan sus laderas someten a las vertientes a una ablación continua pero lenta porque es escaso el caudal de agua disponible. Estos materiales se acumulan al final de las riegas, sobre la
caliza, sin poder ser evacuados completamente. Los vimos perfectamente en la riega de El Piélago. Colombres está en un sinclinal formado por materiales secundarios y terciarios.
El conjunto urbano es de lujo. Edificios de gran calidad y muy bien conservados.
Destacan el Ayuntamiento, la plaza y, sobre todos, la Quinta Guadalupe.

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