COLLÁU ZORRO



Desde Cangas de Onís se toma la carretera que va al puerto del Pontón y en el puente Los Grazos la desviación que sale a la derecha y conduce a San Juan de Beleño.
Durante varios km vamos dejando a la izquierda el río Ponga que corre presuroso hacia el Sella con cauce y curso propios de río de alta montaña.
Dejamos a la derecha el desvío a Taranes. En este mismo cruce está el hotel Las Mestas (antiquísimo balneario de origen romano ¡cómo no!). En la siguiente bifurcación seguimos hacia San Juan de Beleño, capital del Ayuntamiento de Ponga. Desde aquí se toma la carretera que va a Viego y a los pocos km un ramal, sin asfaltar, que conduce a la collada Les Bedules. Por esta pista podemos entrar -malamente- con el coche hasta la propia collada, unos 2,5 km. Hay una explanada y pocos metros más arriba la fuente Les Bedules y un abrevadero.[i]
Si bien hasta aquí el paisaje es hermoso y espectacular, el coche impide apreciarlo en toda su dimensión. Ahora, con la calma que impone el comienzo de la caminata nos felicitamos por poder acceder fácilmente a estos maravillosos rincones.
Pero el día no había hecho más que empezar.

Seguimos la pista entre grandes prados cercados por sebes. Pronto nos encontramos con la desagradable sorpresa de una construcción de hormigón y forma de cabaña de arquitectura alpina que rompe la armonía del lugar, pero tal despropósito no alcanza a restar encanto y belleza al paraje.
Encontramos un ancho camino que sale por la derecha (en el sentido de nuestra marcha), el segundo después del aparcamiento (hoy son pistas aptas para un coche todo terreno) y es el que se debe seguir (siempre es deseable confirmar con lugareños).
A la izquierda, vemos Viego a vista de pájaro; y Peña Salón (1.237 m), que queda casi a nuestra altura y muestra la secreta canal que permite coronarla con facilidad. Atrás, se levanta El Pierzo (1.515 m), que es el último espolón septentrional del cordal de Collau Zorro; al E, al fondo, el Macizo Occidental de los Picos de Europa muestra su recortada silueta; en un plano anterior, el Pico 

Valdepino y el Canto Cabronero dejan adivinar el paso que, entre ellos, abre la Senda del Arcediano.
Los últimos prados tienen hermosas cabañas de piedra. Es la majada de Caldes. Las más pequeñas se llaman beyales y están destinadas a guardar los terneros. Desde aquí se ve muy bien San Juan de Beleño y su ería. Llegados a la collada damos vista al valle de Ventaniella, al Maciédome, al hayedo de Pandellanza y se deja ver algo del Tiatordos: estamos en la Collada de Caldes (1.397 m). Un poco más abajo de este lugar está la fuente La Terenosa, donde nace el arroyo Vallizón, afluente por la derecha del río Ventaniella. Continuamos. Al poco de dejar la collada entramos en el hayedo -se
llama Les Formes- y enseguida dejamos una fuente a la izquierda. El camino sigue siendo cómodo y sin pérdida posible. Seguimos entre hayas y, a medida que vamos avanzando, se deja ver en toda su extensión el Cordal de Ponga.



También aparece el pico Collau Zorru mostrando su cara O: es la Pared de las Mulas, (el bosque de su base, por poniente, es el Monte Fana). Visto desde aquí parece difícil conquistarlo por esta cara.
Al salir del bosque y llegar a la collada (de Pumerín, 1.518 m) contemplamos la cabecera semicircular del río Mojizo, el famoso monte Peloño, el Sen de los Mulos, El Niajo, Peña Mora y la collada Guaranga, que da paso a los puertos de El Arcenorio. A la derecha, en las estribaciones del Pico Luengu (1.798 m), vimos gran número de rebecos.
Cambiamos de ladera y el monte Peloño muestra las grandes calveras que tiene, sobre todo en la falda E del Rasu (1.617 m), en la cuesta La Carba y, en general, en todo el sector asturiano. El bosque es más denso en la fracción leonesa.
 El camino sigue faldeando el pico Luengo, al poco trecho dejamos a la izquierda otra majada abandonada, la de Bustantigu. Llega un momento en el que el camino trepa a la derecha en un zig-zag y pasa por la Cuenya Miraculos hasta llegar al Valle del Antiguo. Este último tramo se debe recorrer con precaución por la verticalidad que tiene a la izquierda. Llegamos a una pradería alojada en una especie de repisa o nicho, nos detuvimos con la intención de descansar y pronto nos vimos rodeados de rebecos. Estábamos callados procurando imponer el ritmo normal a nuestra respiración, cuando
el viento nos trajo el siguiente diálogo:
-Tírei, señor conde, tírei.
-Oye, ¿no aparecerá otro con mejor trofeo?
-No, señor conde, éste lo tengo vigilado para ud., es de los mejores de estas peñas.
-Pummmmmmm.
-Diói a la primera. ¡Que bien tira, señor conde!
-No creas, no es tan fácil como parece. He tenido que dedicar muchas horas, aunque
reconozco que no se me da mal.
-Pummmmmmmm.
-Cagu’n mi mantu, éste escapose. Val más dejalo señor conde. Movióse justo cuando i
tiró usté.
-Seguro, porque mi disparo fue perfecto. Bueno, búscame pronto otro.
Nos acercamos sigilosamente al lugar del que parecía venir la conversación.
Cuando llegamos sólo había unos cartuchos vacíos, un arrugado paquete de Celtas Cortos y medio puro de Cohiba.

Aquí hay un glaciar de piedras y un gran corro. Sobre nosotros está la misma cima de Collau Zorro, y entre éste y el Pico Luengo hay una collada de fácil acceso llamada Les Cabres. Se faldea hacia el S y poco a poco vamos ganando altura. Llegamos a un nuevo rellano en el que hay un abrevadero.

Continuando por monte bajo enseguida se alcanza la collada Paxarín)[ii]. Desde este punto giramos al O y por campera llegamos a otra desde la que se ve de nuevo el valle de Ventaniella y todo el Cordal de Ponga. De ahora en adelante sólo hay que avanzar hacia el N por la falda O, mirando al valle de Ventaniella, casi cumbreando. Se llega a la cima en poco tiempo. Tiene una cruz pintada de azul, una placa y el buzón de cumbres. Es un sitio en el que hay que moverse con cuidado porque la “explanada” es pequeña y son grandes los desniveles de caída.
Hasta ahora se ha procurado no dedicar demasiado espacio a la descripción del paisaje esperando este momento porque ya imaginábamos que la panorámica sería impresionante. Son 360º que incluyen los Picos de Europa; la cordillera hasta perderse hacia el E; por el S Ten (2.143 m) y Pileñes (2.021 m) cierran el campo de visión. El Cordal de Ponga al completo desde El Abedular hasta el Tiatordos y, sobre todo, la rica masa forestal de los hayedos de Pandellanza, Ponga y Peloño. Probablemente las mejores panorámicas de Asturias se contemplan desde las cumbres de los cordales de Ponga y Colláu Zorro tanto por la superficie como por la variedad de paisajes.

Cuando llegamos arriba todo lo difuminaba la niebla y apenas había luz para obtener las necesarias fotografías.
El camino vecinal al monte Peloño se construyó aproximadamente en 1915 para que SS.AA, d. Carlos y dña. Luisa de Orleáns, practicaran la caza. De esa época podría ser la llamada Casa del Guarda que está, después de la Collada Granceno, en La Palanca, de notables dimensiones y que desde aquí se ve en ruinas[iii]. En 1912 se repoblaron estos montes con venados mandados traer de El Pardo por d. Carlos. Este mismo año de 1912 estuvo aquí cazando con su esposa, sus hijos d. Felipe y d. Rainiero, el Marqués de Hoyos, el Duque de Tarancón y el Conde de San Martín.
De nuevo nos pareció oír:
-Tírei, señor, tírei. Non se preocupe. Búscoilo yo ya tráigoilo aquí.

Estamos convencidos de que los cazadores están cerca. O alucinamos...o entramos en un túnel del tiempo, o estamos embrujados.

En 1830 se solicitó del rey, por conducto de d. Antonio Fanjul, representante de los concejos orientales, que una vez terminada la carretera de Castilla por Pajares, los arbitrios para ésta se destinaran a la de Ribadesella a Ventaniella, y así lo concedió Fernando VII el mismo año; pero no se cumplió, gastándose los recursos en la de Avilés, aunque el sr. Fanjul recurrió en queja con insistencia.
Quedó sin carretera el Valle de Ventaniella y se pensó poco después en la construcción de la del Pontón, que se aprobó en 1852. Se terminaron las obras del tramo asturiano en 1880, pero hasta el alto del puerto no se gestionó hasta 1883, lo que consiguió el diputado a Cortes d. Enrique García Cañal.
Consta que en 1915 el río Ponga tenía truchas y salmones. Se furtiveaba con polvos de gas y con zubón.
Bajamos a comer cerca ya de Cangas de Onís. Y allí pusimos al día el cierre perfecto con la mesa. Unos chorizos, picadillo, tortos de maíz, callos, boronchos, quesos de Los Beyos y Cabrales, nos instalaron de nuevo en la plenitud.




[i] Actualmente reparada, sin asfaltar pero tramos de hormigón; y amplio aparcamiento al final.
[ii] Los topónimos han sido obtenidos de fuentes orales y variadas cartografías. Conozco su escasa utilidad pero permiten hablar o preguntar a los habitantes de los pueblos, consultar cartografías diversas, y relacionar  la lógica del ‘bautizo’ con la naturaleza o utilidad del paraje.
[iii] Tras el incendio sufrido hacia 2011 sólo  quedan las paredes maestras.

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