Hoy
salimos para Cantabria y directamente hacia Bárcena de Piedeconcha.
Se trata
de recorrer el tramo de calzada romana1 que hay entre este pueblo y Pesquera.
Bárcena de Piedeconcha está en la carretera que va de Torrelavega a Reinosa.
En las
últimas casas del pueblo saliendo hacia Pujayo, sale a la izquierda el antiguo
camino que buscamos. Tiene buena pinta: ancho, empedrado, de
pendiente llevadera. Echamos pie a tierra y empezamos la ruta.
Parte
faldeando y desde el principio observamos las grandes losas de cuarcita
del pavimento. A los lados quedan prados cercados por paredes, en el fondo
del valle se ve el pueblo del que salimos. El enlosado deja a los lados unas
cunetas bastante profundas, perfectamente marcadas y bien conservadas.
Al poco de
salir da una pronunciada curva a la derecha, a la izquierda hay un
pinar -Pinus radiata-. La pared del pinar está construida con bloques similares
a los de la calzada -acaso alguno de ellos tenga en ella su origen- que se colocan
repitiendo la misma estructura: piedras grandes casi a modo de
pequeños menhires y entre ellas otras de menor tamaño y formas irregulares.
Este tramo
se conserva bien, se camina muy cómodo, y tiene una buena
panorámica del valle. Al llegar al final se ve a la derecha, refugiado en un
recoveco de la montaña, un pueblecito de casas apiñadas de paredes blancas y
tejados rojos, es Pujayo. Después se llanea durante un corto trecho; a la
derecha hay grandes prados cercados por paredes con algunos lienzos de las mismas
características que las encontradas antes. Se sale a una pista que se
superpuso a la calzada -aquí hay que seguir por la izquierda, hacia arriba y muy pronto
aparece de nuevo a la derecha la calzada antes sepultada. En este
tramo, que es casi llano, se encuentra un abrevadero con fuente de agua potable de
grandes dimensiones, y enseguida se llega a Mediaconcha. Es una aldea
abandonada que conserva algunas casas en pie que parecen ocupadas ocasionalmente
los fines de semana. Pequeños canes rondan por allí pero no molestan,
ni ladran (Antón paseaba encantado). El camino entra en el pueblo y sale por
el otro extremo. Continuando con nuestra ruta, en una cuadra, encontramos
lo que parecía ser uno de estos modernos “bares” llamado “El quinto
mandamiento”. Llamamos con timidez y salió un hombre de mediana edad
portando un vaso de vino, creímos que era un bar e iniciamos prudente conversación
-nosotros en el camino y él en el marco de la puerta- porque parecía
poco hospitalario. Una voz desde arriba participa y pronto aparece su
propietario que nos dice que él es el único vecino, y episódico, del pueblo. También
nos informa de que el establecimiento -o lo que sea- no estaba abierto al
público. Al preguntar por los vecinos que tiene o tuvo el pueblo, otras
voces interiores contestan con tono entre la burla y la hostilidad. El peso de
las conversaciones lo llevó Luisma. Decidimos continuar el viaje lo más pronto
posible; parecía un sitio perfecto para ocultar un secuestrado. La última
construcción del pueblo, ya en la salida, es una iglesia en ruinas. El camino
entra ahora en un bosque mixto y alcanza su máxima belleza.
El
adoquinado es perfecto y presenta dos mordiscos equidistantes que parecen
hechos por el desgaste de las ruedas de los carros a lo largo de los siglos. El
bosque tiene castaños, alisos, avellanos, y en algunas zonas el camino está
cubierto por las hojas. Mantiene su calidad de trazado y firme. Se sale a un
descampado -a 711 m- que es la cota más alta que se alcanza y desde donde se
inicia el descenso hacia Somaconcha. Somaconcha es un pueblo del que sólo
vimos la iglesia -hermoso edificio- y también parece deshabitado. Aquí
termina la calzada, que se desarrolla entre Bárcena de Piedeconcha y Somaconcha.
Iniciamos
el descenso hacia Pesquera por carretera. Nos llevó el recorrido unas 2 1⁄2
h. Llegamos a Pesquera y salimos a la carretera general, barrio de
Ventorrillo (¡que nombre!, ¡ya debimos sospechar!). Al poco tiempo llegaron
Tomás y Juan Carlos que ya habían ojeado un buen sitio para comer.
¡Santa Lucía les conserve la vista! Parecía remozado recientemente.
Fuimos
atendidos por un zagal con ojos azules, algo vidriosos –y saltones- y muy lento
de reflejos, que con poca gracia, nos refirió la corta carta. El que estaba
tras la barra, parecía su jefe, era un joven gordo y barbudo con andar de
zápele-zápele. Para mí tengo que la mala elección del mesón depende más del azar
que de la buena voluntad del elector, porque no siempre hay signos externos
fiables en los que apoyarse.
Marchamos
con la intención de ver algo interesante por el camino y pensamos
en salir a Ontaneda por la carretera que parte de Villasuso (Cieza) y pasa por
Villayuso, pero un lugareño nos contó que no se puede pasar en coche,
está prohibido (entraríamos en la Reserva Nacional de Saja) y, además, tiene mal
firme. Dimos marcha atrás y paseamos por Riocorvo, hermoso pueblecito
con la típica arquitectura cántabra2.
1. Las calzadas romanas tenían un ancho entre 4 y 6 m, y de 0,5 1 de profundidad. El firme se componía de cuatro capas: la inferior hacía de cimiento y estaba formada por piedras grandes; encima otra de piedras pequeñas; una tercera de grava; y la superior de cascajo y cemento o empedrada. Estas vías eran aptas especialmente aptas para el movimiento de tropas, viajeros con poco equipaje y jinetes con correspondencia. Para el movimiento de mercancías se empleaban carretas. Esta que hoy recorrimos enlazaba Portus Blendium (Suances) con Amaia (5 pueblos rodean Peña Amaya: Amaya, al S de este monte; Puentes de Amaya al NO; Cuevas de Amaya al SO; Salzar de Amaya, y Cañizar de Amaya) a través de Iulóbriga (a 3 km al S de Reinosa, en Retortillo) , Aradillos (Aracillum), por donde hoy va el ferrocarril Palencia-Santander, por el valle del Besaya. Es el camino estratégico por el que penetró Augusto desde Segisamo (cerca de Sasamón, junto al río Brulles, en el Cotarro de San Pedro).
2. El paisaje agrario dominante en Cantabria es un mosaico de pequeñas explotaciones, la mayoría está constituido por prados permanentes y el resto pequeñas fincas de labradío dedicadas a maíz, patatas o forrajes. Las casas de Cantabria son de piedra, prismáticas, muy sólidas, muchas blasonadas. Todas parecen solariegas independientemente de su tamaño. La mayoría tienen solana (corredor) y un porche bajo ella. Además de la volumetría, el buen gusto, el entorno cuidado y la calidad de los materiales, el espacio urbano aparece ordenado, no hay huecos ni solares vacíos que acumulen desechos. Comparando con los pueblos castellanos hay una gran diferencia. Da la impresión de todos los campesinos son ricos, pero lo que sí tienen todos es un gusto exquisito para adecentar el entorno de sus viviendas. Estos modelos penetran en Asturias claramente hasta Llanes y a medida que se avanza hacia el O se van difuminando hasta desaparecer en el meridiano de Ribadesella. Santander fue el centro de aprovisionamiento de Madrid, y salida natural de Castilla la Vieja, con lo que canalizó el comercio de la lana y la harina castellana con Cuba y los países europeos de la fachada atlántica, y sus pescadores llegaban hasta Terranova. Con la concesión del libre comercio en 1778 se le inyectó un importante refuerzo para su economía. Este pasado pujante dejó posos visibles que perduran hasta hoy.
3.
Está
situada en la parte alta del pueblo en un espacio aislado del camino por un
murete y un poco más alto, lo que realza su esbeltez. Ya
aparece citada en el s. XI dedicada a la Virgen. La actual fue edificada por
Pedro Quintana en 1202. Ábside, canecillos y portada son
muy hermosos. El tímpano representa un caballero con cota de
malla matando un dragón. Muy cerca de Bárcena
de Piedeconcha hay numerosas
iglesias románicas valiosas, entre ellas la de Silió.
Y otras muchas construcciones notables que figuran en cualquier guía
y que merecen la visita.