POR MANUEL ANTONIO MIRANDA ÁLVAREZ
Hoy partiremos limitados aunque ya estamos advertidos: Juan Carlos no caminará y sin lugar a persuasión; como castigo descartamos la opción leonesa de La Babia y le llevamos al puerto de Tarna (1.490 m).
Allí observamos –complacidos- que el día está totalmente despejado; pero un viento del NE mete frío hasta los huesos y Antón llegó sin jersey. Sus amigos salvan la situación facilitándole algunas prendas.
Buscamos información en el llamado Parador. Es un bar inhóspito, de grandes dimensiones, situado en la raya dentro de la parte asturiana. Ladran unos perruchos y nos atiende una señora, ya entrada en años, envuelta en varios jerséis y un echarpe. Casi me arrepiento de hacerla salir con este frío envolvente.
Nos indica la ruta y empezamos a andar.
Parte el camino hacia el E junto a unos letreros, ya en tierras leonesas, faldeando el pico La Forcada, que es el espolón S de El Abedular (1.813 m). Está bien marcado y termina desembocando en una pista que se dirige al valle de Ruxiello, pista que seguimos hasta que aparece el primer ramal a la izquierda que lleva a una collada -Las Líneas- que da vista de nuevo al puerto de Tarna. Encontramos hermosísimos narcisos(1), anémonas y prímulas; Antón disfruta de lo lindo.
Aquí nos damos el primer baño de paisaje: al S el Macizo de Mampodre se presenta asequible y hacemos planes para coronar alguna de sus cimas; al O el Pico Lago y el Remelende; al N el Campigüeños (o Becerrera de San Pedro), el Tiatordos, y el Maciédome; a nuestra espalda El Abedular; al E una explosión de belleza montañera con Ten, Pileñes y los Picos de Europa, pero todo esto será mejorado desde la cumbre de El Abedular.
Hasta aquí seguimos la orientación recibida pero ahora faldearemos el pico por la cara S hasta la collada que se abre al valle de Ventaniella aunque Tomás propone trepar por esta arista por ser éste el camino más corto, opción que desechamos y le hacemos la correspondiente contraoferta:
-Sube por donde nosotros y llénate los bolsillos de piedras, consumirás la misma energía.
Tomás no sabe qué hacer con sus enormes facultades y está acostumbrado a seguir la línea recta creyendo que siempre es la distancia más corta entre dos puntos.
Caminamos entre monte bajo y la senda queda, a veces, cubierta por ericas. En el recoveco de una matita vemos una víbora que huye rápido, pero se deja ver lo suficiente para regocijo de Pepe. Llegados a la collada La Cerra hacemos otra parada, estamos a 1.760 m y ya vemos Ventaniella. De nuevo Tomás, que ahora no se detiene, demarra recto hacia la cima y, cuando nos damos cuenta, ya nos saca más de 100 m. Seguimos al serpa pero no lo alcanzamos y hasta Pepe deja a Antón descolgado.
Por fin nos juntamos en la cumbre al pie de la cruz y nos disponemos a emborracharnos de paisaje.
Aquí empieza el Cordal de Ponga que, a través del Montovio, Maciédome, Tiatordos, Campigüeños y la Peña Taranes, se extiende hacia el N y termina en la cabecera del río Vallemoro, que desemboca al río Ponga en Sellaño. Ahora sí que el idioma se queda corto ante esta panorámica circular que se estira hasta el mar (aunque no alcanzamos la brumosa Thule, reino de Sigrid, la eterna novia del Capitán Trueno). Al O queda la carretera que nos trajo, el pueblo de Tarna, Pico Lago, Remelende, Canto del Oso, La Rapaína y La Rapaona y creemos identificar el Torres y El Cascayón; al S todo lo cubre el Macizo de Mampodre; al E, creemos que es el palentino Espigüete, y Pepe afirma que es el Curavacas (Juan Carlos dirá).
Ten y Pileñes parecen a un paso y entre ambas, por encima de la collada Las Arriondas, asoma el Macizo Central de los Picos de Europa colocado por la mano del cíclope que las esculpió; por la izquierda de Pileñes se ve el Occidental; en el primer macizo se identifica perfectamente Peña Santa (ya pisada por Tomás) y en el segundo dudamos ante un enorme pitorro que se parece al Naranjo aunque podría ser la cresta de Torre Cerredo; más al N se prolonga el cordal por Colláu Zorro.
Los árboles todavía duermen pero las flores empiezan a despertar y pintan manchitas de colores. El paisaje anuncia el final del invierno y las yemas de los árboles tiñen los bosques de pardo rosáceo. Una calandria sube hasta perderse en una espiral muy cerrada llamando al macho con agudo canto mientras Pepe se sorprende de que cante mientras vuela porque él es incapaz de conseguirlo y hasta de hablar mientras camina. ¡Pepe, Pepe!
Un dolor: la cumbre está rodeada de un foso abierto durante la última guerra civil. ¡Quién sabe cuántas veces apareció la muerte por aquí!
Tomás recordaba esta misma imagen pero desde el otro punto simétrico y se empeñaba en que Pepe o Antón le ayudaran a situarse.
Bajamos hasta la collada, desde allí seguimos por el camino que sale hacia el NO y desciende por la parte más suave. Abandonamos el proyecto de llegar al Montovio.
Vamos entre ericas y la vegetación rastrera propia de estas alturas. Atravesamos un diminuto nevero que almacena algo de nieve. Después de pasar un canchal llegamos a la collada La Forcada (1.675 m), donde enlazamos con el camino que nos indicaron en el puerto y que viene por territorio asturiano rodeando El Abedular por la cara NO. Hacia el E también hay numerosos caminos que llevan al valle leonés o la collada que, desde Ventaniella, da paso a La Uña. No vimos ni un ejemplar de rebeco aunque estamos en uno de los corazones cinegéticos de la cordillera. De aquí en adelante empezamos a encontrar camperas(2) y las maravillosas gencianas de puro añil que tanto nos gustan, también grandes manchones de piorno. Es la tierra de los ciervos.
La cara N de la cordillera presenta en algunos puntos rocosos escarpaduras fruto, sin duda, de la acción de los hielos durante la última glaciación (+ ó -15.000 años). Esta superficie presenta profundas cortaduras hechas por el agua aprovechando la deleznabilidad del roquedo. Se distinguen perfectamente tres modelados según su origen geomorfológico: el escarpe de la cordillera en la zona rocosa, el acúmulo de los materiales arrastrados surcados de numerosos hilos de agua, y el valle principal que seguirá el río.
Salimos por la parte izquierda y vamos perdiendo altura poco a poco hasta que llegamos al río cuando todavía es un arroyín. Lo seguimos durante un rato, después se encaja. Lo abandonamos siguiendo por la izquierda hasta la majada de La Salguerosa. El camino sigue perfectamente definido y no hay problema alguno. Tomás avista un ciervo por la izquierda a unos 100 m, en una zona de grandes ericas, algún piorno y ya cerca del hayedo, que se clava en una roca y queda inmóvil. Voceamos e hicimos todo el ruido que pudimos pero inútilmente, ni se movió.
A la derecha, E, está Peña Llobil (1.608 m) y el valle que se origina a sus pies por la parte leonesa se llama de Los Lobos, es aquí sobradamente explícita la toponimia. Siguiendo hacia el E, después de esta peña, está el puerto de Ventaniella que da paso a las tierras leonesas por La Uña; después, Ten y Pileñes. La antigua majada se asienta en un rellano, a pocos metros del río.
De las cabañas quedan montones de piedras más menos alineadas siguiendo el hilo de la pared primigenia. La pradería se ve muy reducida por el avance del piornal ante el abandono del pastoreo.
Los tapinos están levantados por el jabalí y esto dificulta la identificación del camino, pero Pepe se desmarca por la izquierda y fija el rumbo con toda precisión. Empezamos a bajar y a los pocos centenares de metros entramos en el hayedo(3). Se trata de árboles jóvenes y sanos. Entre ellos aparecen jacintos, violetas y oxalis.
Pocos metros más abajo, por la derecha, se descuelga el joven río que algunos km después formará el Ponga. Llegamos hasta el cauce y llaneamos siguiendo el curso mientras describe pequeños meandros. Parece un río manso pero sospechamos que pronto nos dejará ver algunas muestras de su bravura. Canta el agua y el aire se satura con las notas nupciales de todos los pájaros.
Continuamos la marcha saltando de un lado al otro y sorteando algunos enormes pedruscos que duermen esperando nuevos empujones. Perdimos el camino, que seguramente se interna en el bosque sin perder altura, y seguimos otro menor y más fácil, aunque pronto se encaja el río y marca tajos difícilmente salvables.
Entonces pasamos al monte y caminamos por el hayedo hasta que, ya cerca de Ventaniella, vemos al otro lado una pista. Bajamos, salvamos el agua y sin esfuerzo llegamos al caserío.
A medida que vamos bajando vemos el Montovio y el Pico Cueto (1.561 m), justo encima de Ventaniella y, más abajo, una campera donde pacían numerosos rebecos.
Está Ventaniella a 1.200 m de altitud. Hay en este lugar venta, fuente y una capilla. Son construcciones de piedra y cubierta de teja curva. La capilla está cercana al río, es de planta cuadrada y tiene espadaña también de piedra. La venta consta de dos cuerpos adosados, el más alto es de tres aguas, y la pared que da al O es cerrada, mientras los huecos de las otras caras son pequeños. La puerta principal se abre al E.
Los pastos son de estío y el servicio de ventero es sacado a concurso entre los vecinos cada 4 años para atender las necesidades del pastoreo. Antaño, el adjudicatario tenía la obligación de proporcionar leña, lumbre y sal a los caminantes, y de tocar las campanas en caso de tormenta y ventisca. Este paso fue explorado por Jovellanos buscando el mejor acceso a la meseta y una salida para Castilla por un puerto asturiano, Ribadesella en este caso. Jovellanos terminó encarcelado y perdimos la apuesta. Ganó la opción a favor de Santander y, acaso, por las mismas ineptitudes, maridajes y contubernios que hoy se dan.
El personal femenino que vemos a la puerta de la venta presenta una imagen como si de Maritornes se tratara. Desanimados, tomamos un buche de agua en la fuente y atacamos la pista hacia Sobrefoz. Creemos que pronto encontraremos a nuestro amigo Juan Carlos.
Por la derecha quedan los faldones de Ten y Les Pandes (montes de Miédome y Los Mazos) y por la izquierda, después de El Cueto, los de la Cerra de Alto Paso (1.590 m) y la peña Los Castillares (1.520 m), todos pertenecientes a la sierra Calabazosa. El camino es una ancha pista de tierra con El Pierzo al fondo. A la izquierda, el río se deshace en cascaditas. Más allá enseguida empieza el bosque, y también lo hay a nuestra derecha. En una curva se nota que forzaron un desvío del cauce natural para evitar que en las crecidas golpeara el talud de la carretera. Es un arroyo pero tiene amplio lecho máximo conquistado por las grandes avenidas y está sembrado de enormes bloques de piedra arrancados cuando está sobrealimentado. Parece imposible que este “bebé” pueda crecer en horas y llevar por delante rocas de semejante tamaño.
El río no deja por aquí espacio para prados y más abajo se hunde en un profundo cañón al que se asoman algunos tejos insensibles a la altura.
Los prados de diente y siega aparecen a media ladera separados por sebes y algunos tienen cabaña, pero apenas llegan al río por discurrir éste muy hondo. La primera majada que aparece por la izquierda es la de Ambenes, después Armilleta, y por la derecha Cotiones; en el mismo orden y simetría siguen Vega la Cuadra y el Sedo de Lin. Se acaba el firme de tierra, empieza el asfalto, y a los pocos minutos oímos el trino del coche. Tranquilizados, y alegres por su vuelta, buscamos un sitio para comer rápido.
(1) Antiguamente se creyó que la flor del narciso adormecía a los humanos en el último sueño, marcando el paso de las almas al Tártaro; algunos consideraban de mal agüero soñar con narcisos. En Grecia clásica los narcisos servían para coronar la cabeza de los muertos y las imágenes de Furias, Parcas y Hades. Hades utilizó los narcisos para dejar sin sentido a Perséfone antes de llevarla consigo al Tártaro. Narciso era hijo del dios Céfiro y de la ninfa Liríope, era un hermoso joven insensible al amor de las ninfas y que incluso rechazó a la hermosísima Eco. Cupido lo castigó rápidamente y cuando estaba bebiendo en aguas clarísimas vio su imagen reflejada y se enamoró de ella. Pero parecía burlarse de él: lo imitaba en todo y cuando quería tocarla se rompía. Así permanecía a la orilla del agua. Cuanto más se contemplaba más se amaba y, obsesionado, ya no fue capaz de alejarse, enloqueció y allí murió. En el lugar donde las ninfas encontraron su cuerpo crece una pálida flor: el narciso.
(2) Encontramos anémonas de dos especies, nemorosa y pavoniana, que son muy parecidas. Estas flores viven en bosques y setos aunque también se encuentran en las camperas siempre muy cerca de árboles o arbustos, y han de florecer y fructificar antes de que salgan las hojas de los árboles porque si no carecerían de la necesaria luz. Los chinos llaman a esta planta la flor de la muerte y en algunos países europeos es considerada de mal agüero por los campesinos.
(3) El bosque La Salguerosa, incluido en el Parque Natural de Redes se extiende por Caso, Sobrescobio y Ponga sobre 547 km2. Redes adquirió la protección legal de Parque Natural el 27 de diciembre de 1996.
AUTOR DE TEXTO Y FOTOS MANUEL ANTONIO MIRANDA ÁLVAREZ
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