VALLE MORO


20 de abril de 1996

Es de larga duración este recorrido pero sin otros riesgos. Aprovechamos hoy la disponibilidad de coche 4x4. Partimos de Oviedo y, al pasar por Sevares, alguien propone ir por la collada Moandi para salir a Sellaño; por allí iremos.
Taranes
Desde collada Moandi
Pasamos Cazo (que fue concejo independiente en cuanto a rentas reales, levas y quintas de soldados. Se agregó a Ponga en 1827. Hay un torreón medieval), Sellaño1, Mestas, y a Taranes. 
Ya en este último pueblo, cerca de la iglesia se gira a la izquierda y arranca una pista muy pendiente, a los lados hay prados cercados por paredes. A la izquierda, monte bajo y los contrafuertes de la Peña Taranes (1.677 m), por la derecha se abre el horizonte a los Picos de Europa. Por fin llegamos a la primera collada, Collado Taranes (1.078 m), que para nosotros siempre será la de “Las Ranas” por la abundancia de este batracio en las charcas del camino.
Desde Collado Taranes











En esta gran  campera estiramos un poco las piernas.
La pista ahora llanea ondulada. Hay hayedo a ambos lados, es el monte La Corina aunque por la izquierda hay canchales, materiales arrancados en las partes altas y arrastrados por gravedad.
Después pasamos un canal de agua (fuentes de Garrote). Este monte es conocido como La Solana. Ya saliendo, y poco antes de llegar a la collada, se encuentra a la derecha una hermosa cabaña con el techo de piedra, enseguida se alcanza la collada de Llués.

Aquí es obligado parar de nuevo, es una campera en abertal que tiene a la derecha algunas cabañas, prados cercados por sebes y el caño de una fuente (seca). Ya nos asomamos a la cabecera del mítico río Valle Moro.

No se trata de llegar a las minas del rey Salomón pero resulta una importante conquista para nuestro grupo senderista. Ahora sí se deja ver El Vízcares y, sobre todo, el Maoño, Sierros de Pandemules, y las colladas de Traslafuente y Pandemules.
Valle Moro
Por la izquierda se recorta La Llambria (1.749 m)2, se ve el arco -imaginario- que se describe de la Collada de
Desde Piedrafita: Valle Moro, Mota Cetín, mar Cantábrico
Piedrafita y el mascarón del Collaín de la Trapa. Los montes del arco son La Vega, Muniellu, Canga’l Palo y Purupintu. Para llegar hasta aquí salvamos unos 500 m hasta el Collado de Taranes y desde allí llaneamos unos 2 km.
Reemprendemos la marcha. Pasamos una portilla, a la derecha se abre el valle del río Les Cuerries tapizado de hayedo y por la izquierda queda la Peña del Águila. Hay bastante desnivel de bajada hasta la collada Los Llanos (majada del mismo nombre) y, por la izquierda, descolgándose hacia el río, se ven unas cuantas cabañas: son Piedra Blanca, Les Retoyes y Los Pinadales.
Emoción: al frente se ve el pueblo de Vallemoro, las casas se colocaron al borde del cantil contenidas en línea al borde del barranco. El bosque, hayedo, es de singular belleza pero el punto de mira está puesto en el pueblo.
La pista se enrosca,  pasamos otra portilla,  y aquí echamos pie a tierra y empezamos a caminar con intenso placer. Circulamos al pie de un pequeño torrente, entre avellanos.
Llegamos al río en la zona llamada Sota’l Molín, y nuevo problema: ¡no hay puente3!




Queda una viga y, caído, el costillar; entre nosotros unos se alinean sobre el tronco, otros saltan de piedra en piedra y otros se descalzan y pisan el cauce. Ya todos en la orilla opuesta subimos despacito, volviendo la vista atrás frecuentemente, porque ahora calamos los rincones que nos estaban vedados. El pueblo se sitúa por los 800 m, así que subiremos 300. Tomamos el antiguo camino y salimos a las huertas, soleadas, de buen suelo, bastante pendientes y retenidas mediante algunos bancales. Muchas casas están derrumbadas y de otras queda el esqueleto. En vano reclaman la atención los frutales. No vimos la capilla6 ni el cementerio pero recuperé la imagen tomada por Aurelio de Llano Roza Ampudia sobre 1920.

Valle Moro
Valle Moro


Valle Moro

Al asomarnos al canto, pétrea visera, nos asustamos tanto que no llegamos a ver el cauce del río. Impresiona el bosque Semeldón4.
Pa montes Semeldón
pa mayada Curueñu,
pa cocina Treslafuente
pa despeñaderu’l Rasu;
[…]
Quedan en este borde restos de cables y anclajes que se usaron en antiguos funiculares. También había maromas de subir y bajar madera desde La Fábrica hasta el monte que tenemos enfrente, La Trapa, que enlazaban con el camino a Taranes.
Desde Infiesto, A. Roza Ampudia. Encontró 12 vecinos, todos parientes y pese a esto eran altos, rubios, hablando bastante bien el español5, no halló deficientes, y le contaron que morían de puro viejos. Estaban exentos de ir a misa, subía el cura una vez al año para administrar los Sacramentos7. El ilustre viajero encontró a algunos pastores que sabían trozos enteros del Quijote, le dijeron que el maestro de Taranes -se trataba de d. Constantino Melón- recomendaba leer El Quijote, Hernán Cortés y el Gil Blas de Santillana.
Llegamos más arriba, a la parte alta del pueblo, dando vista al Seu los Cabidos, que nace en Traslafuente (o Treslafuente).
Al fondo la collada Traslafuente (1.046 m, da paso a Riofabar), a la izquierda el Maoño (1.418 m), más a la izquierda el Picaretón (1.042 m) y ya hacia donde estamos La Bolera (1.066 m), en cuya falda vemos pastar con total tranquilidad a más de una docena de ciervos. Espectacular resulta el cierre que hacen las peñas un poco más arriba del sitio por el que pasamos (son las foces de Vallemoro) y el gran bosque de La Llambria, también vemos la collada Los Llanos, la pista que nos trajo y el 4 x 4 que nos llevará.
Regresamos. Encontramos el agua más fría, los equilibristas siguieron río abajo hasta encontrar un paso aceptable.
Ahora vemos un molino verde; lo envolvieron los gnomos con musgos, helechos y líquenes. Verde el tejado, verdes las paredes y verde el canal.
La molinera trae corales
y el molinero corbatín;
¿de dónde saquen tanto lujo
si no lo saquen del molín?
Vente conmigo a la fuente
que está detrás del molino,
y al son del agua que corre
háblame de tu cariño
Montera de terciopelo
ya la llevas acabada,
por ir de noche al molino
y volver a la mañana.
Estoy ronco arronquecido,
arronquecí en el molino,
no sé si fue la farola
si el serenito del río.


¡Qué valor tuvieron para humanizar unos cuantos m2! o ¿qué pobreza les obligó a colonizar semejante sitio?
Vuelvo al mundo, retomo el camino, quedé el último y para alcanzarles habré de esforzarme.
Pasada la Collada Llués, ya iniciado el corto descenso que hay antes de llanear, nos vemos detenidos por una manada de vacas que ciega el camino, entre ellas anda el amo y un perro de mil leches. Paramos y, al paso del vaquero, procuramos conversación; despacio y con cautela entra a nuestro trapo (o nosotros al suyo). Es de mediana edad, se le ve satisfecho del mundo y buen conocedor de éste. Alegre sin estridencias, viene relajado y seguro, no teme sorpresa alguna. Da la impresión de estar aquí como pez en el agua. Magro y escurrido, calza madreñas y se envuelve en buzo azul, le hacemos un gesto y se para ante la abierta ventanilla del coche.
Nos interesamos por la vacada y le contamos que venimos de Vallemoro. Corresponde cordialmente y nos cuenta que de resultas de la última nevada (cayó el 21 de febrero, miércoles) encontró el guarda los cadáveres de 86 ciervos7. Tomamos confianza, nos preguntó si habíamos visto venados en las cercanías del pueblo y rápido nos coloca la historia del último grupo de excursionistas que con los bichos a pocos metros y con prismáticos no los veían. ¡Irónico, eh! También contó que durante la última nevada numerosos jabalíes murieron en las cuadras, en las que buscaban refugio, pero no tenían comida y allí quedaban para siempre. Él mismo encontró tres puercos muertos entre la hierba de sus cuadras.
Manejaba un bable con vocablos y giros propios del habla oriental y otros que nos son extraños, pero el léxico era preciso y comunicaba muy bien lo quería. Hasta Taranes el regreso fue una fiesta.
1. Nuestro grupo quiso llegar a Vallemoro otras veces: siguiendo el curso del río desde Sellaño, abandonamos porque el camino desapareció; por esta misma ruta que llevamos hoy llegamos hasta la collada Los Llanos, nos venció lo que faltaba  y el regreso.
2. Las acanaladuras que presenta por esta cara son producidas por las sucesivas avalanchas de nieve que desde la cima se descuelgan y van conformando la roca. Buen espectáculo de geomorfología activa contemplamos en el anterior intento con las avalanchas que cayeron. Los canchales que se ven tienen el mismo origen: fragmentos arrancados al peñasco madre.
3. Según nos contaron, los habitantes de este pueblo salvaban el río mediante unas varas cruzadas de palos menores que hacían tupido el firme llamadas, armaduras; o mediante vigas de orilla a orilla de nombre arrudos. Esta armadura se vino abajo el 26 de noviembre del 95 cuando la cruzaban las vacas de Aurelio, seis cayeron al río, ninguna se hirió y una alumbró gemelos a los diez días.
4. Este bosque fue talado para aportar madera a los buques de la Armada Invencible y mandado plantar por Felipe II. En el último cuarto del s. XIX se formó La Forestal Asturiana para explotar el monte La Llambria (el parragués d. Juan Díaz fue uno de los promotores). Se construyó un trenecito de Sellaño a Semeldón. En 1938 un gran argayo cayó desde el monte La Trapa (se ve el monte desde el cantil del pueblo), taponó el río y se formó un gran pozo (se desatascó en 1952); de este punto, de gran anchura, partía un teleférico hasta el monte La Llambria. El proyecto era de un alemán, la explotación duró hasta 1920 y desapareció definitivamente toda actividad cuando el argayo de 1938. En la zona llamada Palombo, están los restos de La Fábrica, aserradero con energía eléctrica producida por una turbina. La obra va desapareciendo por las crecidas del río. Creo que se trata de la misma empresa. Oí decir que fue de capital francés, alemán o belga.
5. En 1783, en una Circular del Consejo de Castilla se dice “. . . hay pueblos cortos donde es conducente que los parientes se casen entre sí; pues no les conviene casarse con forasteras, que serían inútiles para la industria particular de la que viven.”
6. En Vallemoro había una capilla bajo la advocación de San Antonio Abad cuya imagen fue reparada por el cura de Espinaredo y
llevada al pueblo en procesión, y al pasar por esta collada se lanzaron gran cantidad de voladores.
7. Muchos eran hembras con crías de 2 años, ramoneando en muros con hiedra o árboles con brotes tiernos. Salvaron algunas madres porque alcanzaban a puntos más altos mientras las crías morían clavadas en la nieve. También contó Aurelio que 14 murieron a la orilla del río, varios se vieron desventrados por las alimañas y otros que parecían disecados



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