Es de larga duración este
recorrido pero sin otros riesgos. Aprovechamos hoy la disponibilidad de coche 4x4.
Partimos de Oviedo y, al pasar por Sevares, alguien propone ir por la collada
Moandi para salir a Sellaño; por allí iremos.
Taranes |
Desde collada Moandi |
Ya en este último pueblo, cerca de la iglesia se gira a la izquierda y arranca una pista muy pendiente, a los lados hay prados cercados por paredes. A la izquierda, monte bajo y los contrafuertes de la Peña Taranes (1.677 m), por la derecha se abre el horizonte a los Picos de Europa. Por fin llegamos a la primera collada, Collado Taranes (1.078 m), que para nosotros siempre será la de “Las Ranas” por la abundancia de este batracio en las charcas del camino.
Desde Collado Taranes |
En esta gran campera estiramos un poco las piernas.
La pista ahora llanea ondulada. Hay hayedo a ambos lados, es el monte La Corina aunque por la
izquierda hay canchales, materiales arrancados en las partes altas y
arrastrados por gravedad.
Después pasamos un canal de agua
(fuentes de Garrote). Este monte es conocido como La Solana. Ya saliendo, y
poco antes de llegar a la collada, se encuentra a la derecha una hermosa cabaña
con el techo de piedra, enseguida se alcanza la collada de Llués.
Aquí es obligado parar de nuevo,
es una campera en abertal que tiene a la derecha algunas cabañas, prados
cercados por sebes y el caño de una fuente (seca). Ya nos asomamos a la
cabecera del mítico río Valle Moro.
No se trata de llegar a las minas
del rey Salomón pero resulta una importante conquista para nuestro grupo
senderista. Ahora sí se deja ver El Vízcares y, sobre todo, el Maoño, Sierros
de Pandemules, y las colladas de Traslafuente y Pandemules.
Valle Moro |
Por la izquierda se recorta La
Llambria (1.749 m)2, se ve el arco -imaginario- que se describe de
la Collada de
Piedrafita y el mascarón del Collaín de la Trapa. Los montes del
arco son La Vega, Muniellu, Canga’l Palo y Purupintu. Para llegar hasta aquí
salvamos unos 500 m hasta el Collado de Taranes y desde allí llaneamos unos 2
km.
Desde Piedrafita: Valle Moro, Mota Cetín, mar Cantábrico |
Reemprendemos la marcha. Pasamos
una portilla, a la derecha se abre el valle del río Les Cuerries tapizado de
hayedo y por la izquierda queda la Peña del Águila. Hay bastante desnivel de
bajada hasta la collada Los Llanos (majada del mismo nombre) y, por la
izquierda, descolgándose hacia el río, se ven unas cuantas cabañas: son Piedra
Blanca, Les Retoyes y Los Pinadales.
Emoción: al frente se ve el
pueblo de Vallemoro, las casas se colocaron al borde del cantil contenidas en
línea al borde del barranco. El bosque, hayedo, es de singular belleza pero el
punto de mira está puesto en el pueblo.
La pista se enrosca, pasamos otra portilla, y aquí echamos pie a tierra y empezamos a
caminar con intenso placer. Circulamos al pie de un pequeño torrente, entre
avellanos.
Queda una viga y, caído, el
costillar; entre nosotros unos se alinean sobre el tronco, otros saltan de
piedra en piedra y otros se descalzan y pisan el cauce. Ya todos en la orilla opuesta
subimos despacito, volviendo la vista atrás frecuentemente, porque ahora
calamos los rincones que nos estaban vedados. El pueblo se sitúa por los 800 m,
así que subiremos 300. Tomamos el antiguo camino y salimos a las huertas,
soleadas, de buen suelo, bastante pendientes y retenidas mediante algunos
bancales. Muchas casas están derrumbadas y de otras queda el esqueleto. En vano reclaman la atención los frutales. No vimos la capilla6 ni
el cementerio pero recuperé la imagen tomada por Aurelio de Llano Roza Ampudia
sobre 1920.
Al asomarnos al canto, pétrea
visera, nos asustamos tanto que no llegamos a ver el cauce del río. Impresiona
el bosque Semeldón4.
Pa montes Semeldón
pa mayada Curueñu,
pa cocina Treslafuente
pa despeñaderu’l Rasu;
[…]
Quedan en este borde restos de
cables y anclajes que se usaron en antiguos funiculares. También había maromas
de subir y bajar madera desde La Fábrica hasta el monte que tenemos enfrente,
La Trapa, que enlazaban con el camino a Taranes.
Desde Infiesto, A. Roza
Ampudia. Encontró 12 vecinos, todos parientes y pese a esto eran altos, rubios,
hablando bastante bien el español5, no halló deficientes, y le
contaron que morían de puro viejos. Estaban exentos de ir a misa, subía el cura
una vez al año para administrar los Sacramentos7. El ilustre
viajero encontró a algunos pastores que sabían trozos enteros del Quijote, le
dijeron que el maestro de Taranes -se trataba de d. Constantino Melón-
recomendaba leer El Quijote, Hernán Cortés y el Gil Blas de Santillana.
Llegamos más arriba, a la parte
alta del pueblo, dando vista al Seu los Cabidos, que nace en Traslafuente (o
Treslafuente).
Al fondo la collada Traslafuente
(1.046 m, da paso a Riofabar), a la izquierda el Maoño (1.418 m), más a la
izquierda el Picaretón (1.042 m) y ya hacia donde estamos La Bolera (1.066 m),
en cuya falda vemos pastar con total tranquilidad a más de una docena de
ciervos. Espectacular resulta el cierre que hacen las peñas un poco más arriba
del sitio por el que pasamos (son las foces de Vallemoro) y el gran bosque de
La Llambria, también vemos la collada Los Llanos, la pista que nos trajo y el 4
x 4 que nos llevará.
Regresamos. Encontramos el agua
más fría, los equilibristas siguieron río abajo hasta encontrar un paso
aceptable.
Ahora vemos un molino verde; lo envolvieron
los gnomos con musgos, helechos y líquenes. Verde el tejado, verdes las paredes
y verde el canal.
La molinera trae corales
y el molinero corbatín;
¿de dónde saquen tanto lujo
si no lo saquen del molín?
Vente conmigo a la fuente
que está detrás del molino,
y al son del agua que corre
háblame de tu cariño
Montera de terciopelo
ya la llevas acabada,
por ir de noche al molino
y volver a la mañana.
Estoy ronco arronquecido,
arronquecí en el
molino,
no sé si fue la
farola
si el serenito
del río.
¡Qué
valor tuvieron para humanizar unos cuantos m2! o ¿qué pobreza les
obligó a colonizar semejante sitio?
Vuelvo
al mundo, retomo el camino, quedé el último y para alcanzarles habré de
esforzarme.
Pasada
la Collada Llués, ya iniciado el corto descenso que hay antes de llanear, nos
vemos detenidos por una manada de vacas que ciega el camino, entre ellas anda
el amo y un perro de mil leches. Paramos y, al paso del vaquero, procuramos
conversación; despacio y con cautela entra a nuestro trapo (o nosotros al
suyo). Es de mediana edad, se le ve satisfecho del mundo y buen conocedor de
éste. Alegre sin estridencias, viene relajado y seguro, no teme sorpresa
alguna. Da la impresión de estar aquí como pez en el agua. Magro y escurrido,
calza madreñas y se envuelve en buzo azul, le hacemos un gesto y se para ante
la abierta ventanilla del coche.
Nos
interesamos por la vacada y le contamos que venimos de Vallemoro. Corresponde cordialmente
y nos cuenta que de resultas de la última nevada (cayó el 21 de febrero,
miércoles) encontró el guarda los cadáveres de 86 ciervos7. Tomamos confianza,
nos preguntó si habíamos visto venados en las cercanías del pueblo y rápido nos
coloca la historia del último grupo de excursionistas que con los bichos a
pocos metros y con prismáticos no los veían. ¡Irónico, eh! También contó que
durante la última nevada numerosos jabalíes murieron en las cuadras, en las que
buscaban refugio, pero no tenían comida y allí quedaban para siempre. Él mismo
encontró tres puercos muertos entre la hierba de sus cuadras.
Manejaba un bable con vocablos y
giros propios del habla oriental y otros que nos son extraños, pero el léxico
era preciso y comunicaba muy bien lo quería. Hasta Taranes el regreso fue una
fiesta.
1. Nuestro grupo quiso llegar a Vallemoro otras veces:
siguiendo el curso del río desde Sellaño, abandonamos porque el camino desapareció;
por esta misma ruta que llevamos hoy llegamos hasta la collada Los Llanos, nos venció
lo que faltaba y el regreso.
2. Las acanaladuras que presenta por esta cara son producidas
por las sucesivas avalanchas de nieve que desde la cima se descuelgan y van conformando
la roca. Buen espectáculo de geomorfología activa contemplamos en el anterior
intento con las avalanchas que cayeron. Los canchales que se ven tienen el
mismo origen: fragmentos arrancados al peñasco madre.
3. Según nos contaron, los habitantes de este pueblo salvaban
el río mediante unas varas cruzadas de palos menores que hacían tupido el firme
llamadas, armaduras; o mediante vigas de orilla a orilla de nombre arrudos.
Esta armadura se vino abajo el 26 de noviembre del 95 cuando la cruzaban las
vacas de Aurelio, seis cayeron al río, ninguna se hirió y una alumbró gemelos a
los diez días.
4. Este bosque fue talado para aportar madera a los buques de
la Armada Invencible y mandado plantar por Felipe II. En el último cuarto del
s. XIX se formó La Forestal Asturiana para explotar el monte La Llambria (el
parragués d. Juan Díaz fue uno de los promotores). Se construyó un trenecito de
Sellaño a Semeldón. En 1938 un gran argayo cayó desde el monte La Trapa (se ve
el monte desde el cantil del pueblo), taponó el río y se formó un gran pozo (se
desatascó en 1952); de este punto, de gran anchura, partía un teleférico hasta
el monte La Llambria. El proyecto era de un alemán, la explotación duró hasta
1920 y desapareció definitivamente toda actividad cuando el argayo de 1938. En
la zona llamada Palombo, están los restos de La Fábrica, aserradero con energía
eléctrica producida por una turbina. La obra va desapareciendo por las crecidas
del río. Creo que se trata de la misma empresa. Oí decir que fue de capital
francés, alemán o belga.
5. En 1783, en una Circular del Consejo de Castilla se dice “.
. . hay pueblos cortos donde es conducente que los parientes se casen entre sí;
pues no les conviene casarse con forasteras, que serían inútiles para la
industria particular de la que viven.”
6. En Vallemoro había una capilla bajo la advocación de San
Antonio Abad cuya imagen fue reparada por el cura de Espinaredo y
llevada al pueblo en procesión, y al pasar por esta collada se
lanzaron gran cantidad de voladores.
7. Muchos eran hembras con crías de 2 años, ramoneando en
muros con hiedra o árboles con brotes tiernos. Salvaron algunas madres porque
alcanzaban a puntos más altos mientras las crías morían clavadas en la nieve.
También contó Aurelio que 14 murieron a la orilla del río, varios se vieron
desventrados por las alimañas y otros que parecían disecados
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